Camino a casa me he ultracongelado, como los langostinos de Navidad, ¡ya estamos en diciembre!.
El frío cotidiano de estas semanas es jodido, y más en pantalón corto y sudadera de verano, pero... es lo que hay.
A pocos metros de mi portal me dije: ¡por fin!, mi nevera particular a tiro de piedra.
Quiero meterme ya en cama, en ese lugar donde cada noche desde hace tiempo me recibe mi pequeño ataúd de vida.
La cama donde dejo de sentir el cuerpo, en ella una parte de mi mente despierta para abrir una puerta hacia esa sombra del yo, de la auténtica persona que soy y no puedo exteriorizar.
Pequeños retazos almacenados en mí mente consciente diaria se suman a la memoria para articular sueños que nunca recordaré, mi sueño es muy profundo, para alejarme lo máximo posible de una realidad asfixiante.
Hubo un tiempo en que viví en los sueños, cada noche escapaba a un lugar distinto, aprendí a controlar tanto los sueños que me hice su dueño y señor. En ellos sabía que estaba soñando y las normas las solía poner yo, hasta que un día tanto se corrompió mi calidad de vida que decidí dejar de soñar.
La razón es que llegó un momento que en mi sueños empezaron a filtrarse mis problemas físicos, así pues decidí usar ese control sobre los sueños para negarme su recuerdo.
Pocas veces recuerdo algún fragmento: si despierto sobresaltado, un teléfono suena, voces, etc.
Uh! me estoy desviando del tema borrador diario.
Llegué a casa para descubrir que mi madre enfadada saco la llave de emergencia (a propósito) y yo no llevé mi llave. Consecuencia: seis horas al frío de esta gélida noche.
A las tres horas y media parado manteniendo la temperatura y sin haber apenas comido en las 24 horas anteriores más que 6 patatas fritas de jamón, tres vasos de KAS naranja y un pedazo de tortilla, mi temperatura corporal entró en crisis, en 30 minutos el descenso de temperatura se extendió por toda la superficie del cuerpo, piel y extremidades.
No he tenido problema para permanecer 6 horas despierto en estado de reposo, pero la mano y pie con más sabañones duelen un montón por congelación, los dedos afectados se han inchado significativamente y la perdida de sensibilidad es notable.
A las siete de la mañana mi madre se levanta, bronca y me voy para cama y duermo cuatro horas, ducha, vaso de agua y sinceramente.
Hoy no tengo ganas de nada ...
1:45 de la tarde: procederé a marchar a la comida familiar, ahora que no tengo bici debo ir andando, tardaré más pero me acompañaran los doloridos dedos inchados y picajosos para recordarme paso a paso a lo que cada día me enfrento.
Al vació, la soledad, el dolor, la tristeza, y entre otras muchas cosas la pobreza más absoluta adrezada en un amargo camino de espinas invisibles que se hincan bajo mi piel para no irse jamas.
Comida familiar y vuelta por los margenes del Río da Groba en su zona media.
En ruta hasta la zona media del río donde lo dejé el otro día.
Un poco de relax.
Precioso molino olvidado por el hombre.
Cae la tarde del domingo, de vuelta a casa.
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